Voltaire y Europa

Durante toda su vida, mantiene vínculos privilegiados con intelectuales europeos. Desde Ferney, estos intercambios prosiguen a través de una prolífica correspondencia y las numerosas visitas que recibe.

Voltaire y sus prestigiosos apoyos

  

Federico II de Prusia

Con el fin de reafirmar su imagen de monarcas cultos, amigos de las artes, de las letras y de los filósofos, varios miembros de la realeza de Europa se acercan a Voltaire. Entre ellos encontramos a Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia. 

Voltaire recibe la primera carta del futuro rey de Prusia en 1736. Empieza entonces una correspondencia que durará hasta la muerte de Voltaire a pesar de una interrupción entre 1754 y 1757 debido a experiencias adversas relacionadas con el final de la estancia del filósofo en Prusia. El rey no escatima halagos hacia Voltaire al que espera atraer a su corte. Voltaire lo visita en varias ocasiones antes de instalarse en Potsdam, en el castillo de Sanssouci, de 1750 a 1753.  

 

Catalina II de Rusia
 

Catalina II de Rusia también mantiene una gran relación epistolar con Voltaire. A la muerte de este, comprará su biblioteca y desea construir para albergarla una réplica del castillo de Ferney en el parque de Tsarskoie-Selo en San Petersburgo. 
Para ello, encarga los planos del dominio y de las salas interiores, una maqueta desmontable del castillo y un catálogo con muestras de los tejidos presentes en la residencia. Con el fin de representar la vida de Voltaire en Ferney, la Emperatriz encarga al pintor ginebrino Jean Huber, una serie de pinturas, grabados y escayolas que forman un conjunto llamado «La Voltairiade». Sin embargo, este «nuevo Ferney» nunca verá la luz ya que Catalina II abandona su proyecto por falta de recursos financieros. 

Los diferentes elementos, conservados en la Biblioteca Nacional de Rusia, en San Petersburgo, documentan de forma excepcional el castillo de Voltaire y han sido recursos esenciales en la elaboración del proyecto de restauración. 

La visita a Ferney

 


 

Con Voltaire ejerciendo de «posadero de Europa», Ferney se convierte en «el centro neurálgico» de las Luces, paso obligado de una élite que llega desde toda Europa. Su intensa actividad intelectual, su influencia especialmente apreciable en su correspondencia, atraen hasta Ferney a las mentes de las Luces, pero también a personajes mundanos.

Numerosas son las personalidades recibidas en el dominio a lo largo de casi 20 años (1758-1778), como Condorcet, Pigalle, d’Alembert, Denon. En 1766, la señora du Deffand, fiel amiga de Voltaire, exclamaría: «su vejez es una manera de apoteosis; le deifican estando en vida, Ferney es un templo al que se acude desde todos los confines del Universo a rendirle homenaje». Federico II compara esta veneración por el Patriarca durante su vida a un fenómeno religioso, a un «peregrinaje». Tras su muerte, son muchos los autores que vienen a rendirle homenaje, como Chateaubriand, Flaubert, Dumas, Michelet o Gogol. Stendhal califica este viaje de «visita indispensable».

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